Llega uno de esos días libres en los que no tienes nada que hacer. Esa persona con la que te apetece estar se fue hace poco y todo te recuerda a ella. Quieres desconectar del mundo y sumergirte en tus pensamientos o simplemente quieres disfrutar de un paisaje que invita a relajarte… Todas estas sensaciones y muchas más son las que me evocaron los jardines Kiyosumi en Tokyo.
Como digo, era un día libre, sin nada en especial que hacer, una persona se había ido hace poco al otro lado del mundo y solo buscas desconectar del mundo. En ese momento aparecieron unos jardines situados a pocos minutos de la estación Kiyosumi-Shirakawa donde llegan las líneas Hanzomon y Oedo de metro.
Sin esperar nada en especial llegas a la entrada, un rincón sin nada destacable donde una amable señora entrada en edad te atiende de una forma encantadora, le pagas los escasos 150¥ y ella te obsequia con un “ありがとう ございます” y el típico panfleto donde nos cuentan en inglés un poco sobre la historia del sitio.

Justamente entrar se te activan los sentidos y a través del pequeño caminito de piedras llegas al lago del parque, un lago lleno de tortugas y carpas. Te sientas en los banquitos, también de piedra, de sus orillas y empiezas a pensar, tu mente vuela y se relaja, aunque no deja de pensar en esa persona que se ha marchado de tu lado. Todo lo que ves lo dejas grabado en tu mente pensando en que cuando volverás seguro que es con esa persona para poder disfrutar ambos de la maravillosa sensación que sientes en ese momento.

Sacas un libro, sinceramente no recuerdo que libro era, pero no importa, lo que importa es poder desconectar del mundo que te rodea y admirar este paisaje. Un paisaje que data de la Era Edo donde un comerciante residía y que poco después cambió de posesión hacia un señor feudal del cuál no recuerdo su nombre. Más tarde el fundador de Mitsubishi compraría estos jardines durante la Era Meiji para entretener a sus huéspedes, ahora nosotros nos podemos sentir como uno de ellos, aunque ya no pertenezca a este señor porque los jardines fueron donados a la ciudad de Tokyo y abiertos al público en 1932.
Como he comentado antes, el camino transcurre por unas piedras que rodean el lago, unas piedras donde me imaginaba con esa persona al lado, con mucho cuidado para no caer al agua, que aunque era verano, seguro que no nos haría mucha gracia.
Rodeando un poco el jardín llegamos a otra zona donde poder relajarnos y volver a abrir ese libro que llevamos bajo el brazo, un momento que intentamos concentrarnos, pero que la vistas nos lo impiden levantando la mirada cada pocos segundos.
Justo al lado opuesto de la entrada tenemos uno de los puntos más destacables, una casa de té llamada Ryotei que además es un restaurante tradicional, en el que se requiere reserva, y en el que te imaginas comiendo con esa persona que buscas a cada paso.

Para terminar nuestra visita podemos disfrutar a uno de los lados de la entrada el Taisho Kinenkan, un salón conmemorativo del emperador Taisho.

Como veis el sitio no tiene desperdicio, un lugar que inspira tranquilidad y belleza por los cuatro costados y que no es prácticamente visitado. Personalmente lo considero como el jardín que más me ha gustado de Tokyo y puedo asegurar que he visto unos cuantos.
¿Cuándo volveré? No lo sé, solo sé que espero que sea con esa persona.